Por Marco Antonio Acosta
¿Por qué los mexicanos no han podido superarse? ¿Qué debe entenderse por superación? No solo significa sobrepujar, esforzarse o ir más allá, sino buscar las metas, en este caso, de lo nacional. Pero también superarse es objetivarse. Quizá no lo entendamos así. Mientras no consignáramos esa objetividad en el cielo de nuestros hechos, los hechos caminarán solos y los juicios no serán objetivos sino subjetivos.
Es cierto que carecemos de un pensamiento original para analizarnos, y comprendernos. Al tratar de expresar nuestros criterios políticos las ideas se complican y se vuelven artificiosas ¿Por qué hay tantos engaños en las campañas políticas? ¿Por qué ocultar el verdadero propósito?
Los historiadores han surgido para aclarar estos equívocos, argumentan sobre lo que se ha impuesto de la vida diaria. A este respecto surgió una polémica de lo mexicano allá por los años 30, que se prolongó hasta los 50’s. Samuel Ramos fue el primero en indagar acerca de esa conducta enmascarada del mexicano de entonces. Todos sabemos que esta tendencia sociológica culminó en la exposición que hace Octavio Paz en El laberinto de la soledad, libro de indagación de su personalidad. Pero el problema original radica en la forma de cómo se le impuso a los mexicanos una independencia firmada por Iturbide y las clases conservadoras, en 1821. Precisamente fueron éstos los que defendían al gobierno colonial: al defenderlo conservaron sus fueros. Ellos decapitaron con saña a los líderes auténticos que iniciaron nuestra independencia contra el gobierno español peninsular y exhibieron sus cabezas en la plaza pública. Ya firmada el Acta de Independencia, se deshicieron de Vicente Guerrero, asesinándolo.
La historia de México no cambia de sus posiciones sicológicas ni políticas, pues tal como sucedió durante la Conquista , que los líderes indígenas fueron asesinados para expropiar sus territorios, sucedió lo mismo con los líderes que iniciaron la guerra de Independencia. No dejaron títere con cabeza. Laurette Sejourné y otros historiadores refieren esta masacre en varios de sus libros donde estudian las culturas precolombinas.
Con este primer equívoco, los mexicanos amoldaron sus tretas políticas, pero hay que saber que ese mexicano no fue el de las comunidades indígenas sino aquel mestizo que vivía en la pobreza más extrema, e incluso participaron los criollos marginados. Esta imposición conservadora y colonialista propició el enfrentamiento con la clase que buscaba un proyecto nacional de modernización y que ya habían hecho suyos con las ideas liberales y democratizadoras de los Estados Unidos y Europa. Así pues, no eran ideas propias sino copias del texto constitucional estadounidense y francés.
Al respecto, Leopoldo Zea asegura que este proyecto falló. En 1822 el embajador estadounidense, Poinsett, formó la logia yorkina, para crear adeptos pro liberalismo de la constitución norteamericana, y de esta logia surgieron los liberales que habían de pelear por este proyecto nacional modernizador. En 1824, en que se esboza una primera constitución, surge la guerra de los 30 años, al final, el triunfo de los liberales sobre el proyecto conservador, se impondrá en la Constitución de 1857.
Esta constitución copió la forma democratizadora norteamericana. Naturalmente, los liberales, aún con la pérdida del gran territorio que se apropiaron los norteamericanos durante una guerra por demás injusta, en 1847, fecha en que se firmó la cesión de ese gran territorio, quedaron atrapados en este segundo equívoco histórico, que fue rotundo e irremediable.
El proyecto modernizador pro-estadounidense falla. Usurpa el poder el general Porfirio Díaz, quien se prolonga en él treinta años. De nuevo vuelve a plantearse este proyecto modernizador, y de nuevo falla. Falla por incapacidad política de la burguesía porfirista, la que presumía entonces de un proyecto modernizador progresista y cientificista.
Dice Leopoldo Zea que el régimen porfiriano creó una burguesía incapaz de objetivar sus programas de modernización y que solo creó una oligarquía explotadora que bajo el significado del progreso científico se desmoronó, provocando la caída del dictador Díaz, y su resultado, para los nuevos, fue organizar la nueva realidad con la revolución iniciada el 20 de noviembre de 1910.
Los revolucionarios plantearon de nuevo el proyecto modernizador que había fallado en el porfiriato, pero éste volvió a fracasar y fracasó por corrupción e impunidad. Renunciaron al proyecto modernizador por falta de conciencia política, repito. Este proyecto se ejerció durante 72 años. Como previno Daniel Cosío y Villegas, en uno de sus ensayos políticos –El arte de gobernar, si mal no recuerdo- dijo que falló, y afirmaba que la derecha llegaría al poder después de los 80. Pues bien, fue gracias a la revolución que surge la búsqueda de lo mexicano. Sus tendencias las plantea así el poeta Octavio Paz, en otro ensayo que intituló “Máscaras mexicanas”, hacia 1950, donde dice:
“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara del rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado: todo puede herirle, palabras y sospechas de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”.
Sin embargo, hay otros que lo ven dotado para la falsificación de esa personalidad enigmática. Rodolfo Usigli denuncia esta impostura en su obra de teatro El gesticulador, donde se aborda el caso de un maestro que adopta la personalidad de un revolucionario al que se creía desaparecido, que no sabían donde se ocultaba; este revolucionario, famoso en la región por sus ideas, planteaba una política reivindicativa para los mexicanos en el terreno de la educación y el trabajo productivo. El personaje reaparece como un profesor que adopta su personalidad revolucionaria. La cual se da a conocer por un periodista norteamericano, quien descubre su anonimato, y de nuevo, los revolucionarios lo reclaman para la gobernatura de un estado del norte; esta audacia le cuesta la vida, y lo mata, precisamente quien había matado al verdadero.
Usigli desenmascara esta búsqueda del mexicano, y nos lo presenta tal como es: ambicioso de poder. Usigli en ese entonces hacía crítica al partido revolucionario, denunciando a sus funcionarios que solo buscaban su propio enriquecimiento, que jamás plantearon la reestructuración social y económica del país. Que todo era una farsa.
Han pasado los años a partir de entonces y nos preguntamos todavía por qué la política mexicana está distanciada de sus propias realidades sociales, culturales, históricas y constitucionales. Esta pregunta se la volvió a plantear el novelista Martín Luis Guzmán, autor de La sombra del caudillo, Mina el mozo: el héroe de Navarra, Memorias de Pancho Villa, entre otras. Guzmán ejerció también el periodismo a través de la revista Tiempo. Publicó libros, acerca de nuestra idiosincrasia y sobre cultura nacional. Obtuvo el premio Nacional de Literatura en 1958 y luego, en 1959, recibe el Premio Literario Manuel Ávila Camacho y es nombrado presidente de la Comisión Nacional de los Libros Gratuitos; fue senador de la república en 1976 por el Distrito Federal y muere el 22 diciembre de ese mismo año.
Guzmán nos habla de lo equivocado de nuestro concepto de la educación nacional. Subraya que nuestra necesidad educativa es comparable con nuestra necesidad económica. Que la raíz de nuestro mal histórico es tan profunda que no cabe duda que el problema de México es que no acertamos a resolver el problema nacional que es de naturaleza espiritual.
Nuestro desorden económico, dice: grande como lo es, no influye sino en segundo término, y persistiría en tanto que nuestro ambiente espiritual no cambie. Está convencido de que perdemos el tiempo cuando, de buena o mala fe, vamos en busca de los orígenes de nuestros males hasta la desaparición de los viejos repartimientos de la tierra y otras causas análogas. Éstas, dice, no han de considerarse supremas, por que las fuentes del mal están en los espíritus, de antaño débiles e inmorales, sustraídos por la clase directora: en el espíritu del criollo, en el del mestizo y en la conciencia moral del indígena: pero Martín Luis Guzmán no tiene razón en este último respecto. Precisamente para estos tres sectores en conflicto ha de programarse, una educación reconstructiva, generadora de un nuevo mexicano, pero el estado en que se encuentran estos sectores es de desorientación y de sumisión materialista, padeciéndose así penuria del espíritu.
Martín Luis Guzmán cree en una patria para todos, pero para fundarla existen factores negativos y da como ejemplo las contiendas políticas interminables, el fracaso en todas las formas de gobierno, la incapacidad para construir la vida nacional. Todo anuncia, afirma, sin ningún género de dudas, un mal
persistente y terrible, que no ha hallado ni puede hallar remedio en nuestras constituciones –las hemos ensayado todas- ni depende tampoco exclusivamente de nuestros gobernantes, pues -¡quien lo creyera!- muchos han sido honrados.
Vano sería, nos dice con resignación, buscar la salvación en alguna de las facciones que se disputan ahora, en nuestro territorio o al abrigo de la libertad estadounidense, el dominio de México. Ninguna trae a su seno, a despecho de lo que afirmen, sus planes y sus hombres, un nuevo método, un nuevo procedimiento, una nueva idea, un sentir nuevo que aliente la esperanza de un resurgimiento. La vida interna de estos partidos no es mejor ni peor que la mas proverbial de nuestras tiranías oligárquicas; como éstas, vive en ellos la misma ambición ruin, la injusticia metódica, la brutalidad, la ceguera, el mismo afán de lucro, en una palabra: la misma ausencia del sentimiento y la idea de la patria.
Refundar la patria, este era interés de Martín Luis Guzmán. ¿Por qué? La respuesta: equivocamos el camino, equivocamos la “patria”. Casi nada sabemos de la historia de México. Lo peor de todo es que como ayer, al comienzo de nuestra historia independentista, así como después de la Reforma y mucho después de 1917, nuestra constitución no acaba de fundar esta patria; una patria que desconocemos. Nos resistimos a pensar con profundidad los problemas que nos agobian. Tenemos una patria volteada, al revés, de cabeza. De nuestra patria no sabemos nada, pero si sabemos de algún manual de historia de Francia o alguna copia de la constitución norteamericana.
La constitución de 1824, da a entender Martín Luis Guzmán, fue copia del original estadounidense que inculcó Poinsett a sus futuros liberales, durante las sesiones de la logia yorkina que él creó con ese fin, ya que no fue recibido por el gobierno. Él venía como embajador del gobierno de los Estados Unidos de América a comprar los territorios del Norte que no pudo comprar, pero para tal fin, por 1847, su gobierno organizó una invasión contra México para despojarlo. Así fue. ¿Los liberales qué hicieron entonces? ¿Defendieron al país contra el gobierno que nos invadía?
Entonces, se pregunta Luis Guzmán, ¿para qué afanarse, si ya todo está resuelto, si nuestra realidad patria es triste, fea, miserable? ¿A qué estudiarla, pues, sin ese intervalo de nuestro despojamiento territorial, que sigue allí sin ser resuelto?
En 1857 se impone a los mexicanos, al final de la batalla entre conservadores y liberales demócratas, una constitución, se dijo ya, copiada del original norteamericano; ni siquiera razonaron los liberales para imponerla, habían ganado con apoyo de armas estadounidenses, ¿para qué pensar?
De esta manera se creó una constitución liberal, que ahora usa la derecha en el poder. Fue una imposición, y de nuevo les dieron la espalda a esas comunidades por las que José María Morelos y Pavón organizó el Congreso de Chilpancingo, a fin de legalizar, si ganaban, una constitución mexicana, auténtica. Pero no fue así. Fue copiada del original norteamericano, no del pueblo mexicano. Por ahí debía de empezarse, por el problema de las comunidades
nuestras, pero esta realidad no pudo delinearse, tomar forma de leyes, porque se estaba en guerra contra el poder español, y el Congreso de Chilpancingo tuvo que posponerse para otra ocasión, que no llegó.
Ya instalada la patria liberal, los políticos en turno han reiterado las equivocaciones: son liberales por inercia, no creen ya ni en las mismas ideas liberales sino en el lucro personal, no creen en la justicia porque se sirven mejor de las formas del caciquismo.
El grupo revolucionario del 17 acabó por copiar la Constitución de 1857, y solo agregó a sus cláusulas el estallido zapatista, o sea, la devolución de las tierras a las comunidades, esas comunidades que Morelos contempló en el Congreso de Chilpancingo. Así pues, la reforma quedó trunca. ¿Y qué pasó con la educación? Hasta ese momento prevalece la reforma de Víctor Bravo Ahúja, inspirada en programas educativos norteamericanos. El primer equívoco histórico tenía que multiplicarse en otros equívocos y así hasta este momento, en que pasamos al neoliberalismo salinista.
Dejamos para otra ocasión la conclusión de este tema tan interesante que indaga sobre equívocos históricos de los mexicanos, de que son autores los gobiernos hasta este momento. Martín Luis Guzmán tiene razón al afirmar que este asunto de los equívocos es de orden espiritual y sobre este tema indagaremos más.
Bibliografía
Guzmán, Martín Luis, La querella de México. A orillas del Hudson, México, Asociación de Libreros, 1984.
Krauze, Enrique, Por una democracia sin adjetivos, México, Editorial Joaquín Mortiz Planeta, 1986.
Paz, Octavio, “Máscaras Mexicanas”, en México en la obra de Octavio Paz I, El peregrino en su patria, Letras Mexicanas, México, FCE, 1950.
Zea Aguilar, Leopoldo, Proyecto nacional: raíces históricas y modernización, Edición PRG, México, Revolución y modernidad, Memoria, 1987.
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